jueves, 25 de agosto de 2011

El rayo que no cesa. Miguel Hernández



Elegía 

(En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo
Ramón Sijé, con quien tanto quería).


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
de almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.



lunes, 22 de agosto de 2011

Romeo y Julieta. William Shakespeare


ROMEO

(...)
¿Qué luz alumbra esa ventana?
Es el oriente, y Julieta, el sol.
Sal, bello sol, y mata a la luna envidiosa,
que está enferma y pálida de pena
porque tú, que la sirves, eres más hermoso.
Si es tan envidiosa, no seas su sirviente.


jueves, 18 de agosto de 2011

Memento. Federico García Lorca

Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.

Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.

Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.

¡Cuando yo me muera!


martes, 16 de agosto de 2011

Canto de mí mismo. Walt Whitman



Yo, he visto cosas que vosotros no creeríais...

Abro mi escotilla en la noche y veo
constelaciones sembradas en el infinito.

Y todo cuanto veo se multiplica
y se pierde más allá,
se liga con sistemas invisibles,
se extiende y se expande más allá...

Siempre más allá y más allá...

Mi sol tiene su sol y alrededor
de él gira sin descanso;

Va con sus camaradas
de un sistema superior
y otros mayores siguen
y otros mayores y mayores...

Todo gira, nada se para ni puede pararse.

Si yo, tú, todos los mundos,
todo cuanto existe debajo y
fuera de estos mundos se tornase
de pronto en una pálida neblina,
nada importaría en el tiempo...

Seguramente volveríamos a estar donde ahora,
seguiríamos caminando adonde vamos
y después... más allá y más allá.

Más allá de mis ojos está el espacio sin límites...


lunes, 8 de agosto de 2011

Ofelia. Arthur Rimbaud



I

En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II

¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,
en tu mente traspuesta metió voces extrañas;
y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza –son de árboles y noches.

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.

III

Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a recoger las flores que cortaste,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.


jueves, 4 de agosto de 2011

Mientras agonizo. William Faulkner



JEWEL

Es porque está todo el tiempo ahí fuera, justo debajo de la ventana, martilleando y serrando esa maldita caja. Donde ella tiene que verle por fuerza. Donde cada bocanada de aire que ella aspira está llena de sus martillazos y aserraduras. Donde ella puede ver cómo le dice: Mira. Mira la estupenda caja que te estoy haciendo. Le dije que se fuera a otra parte. Le dije: Santo Dios, ¿es que ya quieres verla dentro?