martes, 27 de diciembre de 2011

La abolición del hombre. C.S. Lewis


Ellos ven el mundo que les rodea influido por una propaganda emocional  - han aprendido de la tradición que la juventud es sentimental - y llegan a la conclusión de que lo mejor que pueden hacer es proteger las mentes de los jóvenes frente a los sentimientos. Sin embargo, mi experiencia como profesor es precisamente la contraria. Por cada alumno que necesita ser protegido de un frágil exceso de sensibilidad hay tres que necesitan ser despertados del letargo de la fría mediocridad. El objetivo del educador moderno no es el de talar bosques sino el de irrigar desiertos.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Con las piedras, con el viento. José Hierro


Con las piedras, con el viento...


Con las piedras, con el viento
hablo de mi reino. 

Mi reino vivirá mientras
estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
de todo aquello.
El viento no escucha. No
escuchan las piedras, pero
hay que hablar, comunicar,
con las piedras, con el viento. 

Hay que no sentirse solo.
Compañía presta el eco.
El atormentado grita
su amargura en el desierto.
Hay que desendemoniarse,
liberarse de su peso.
Quien no responde, parece
que nos entiende,
con las piedras, con el viento. 

Se exprime así el alma. Así
se libra de su veneno.
Descansa, comunicando
con las piedras, con el viento.


domingo, 20 de noviembre de 2011

El Aleph. Jorge Luis Borges



El inmortal

La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

El retrato de Dorian Gray. Oscar Wilde



La conciencia de su propia belleza lo asaltó como una revelación. Era la primera vez. Los cumplidos de Basil Hallward le habían parecido hasta entonces simples exageraciones agradables, producto de la amistad. Los escuchaba, se reía con ellos y los olvidaba. No influían sobre él. Luego se había presentado lord Henry Wotton con su extraño panegírico sobre la juventud, su terrible advertencia sobre su brevedad. Aquello le había conmovido y, ahora, mientras miraba fijamente la imagen de su belleza, con una claridad fulgurante captó toda la verdad. Sí, en un día no muy lejano su rostro se arrugaría y marchitaría, sus ojos perderían color y brillo, la armonía de su figura se quebraría. Desaparecería el rojo escarlata de sus labios y el oro de sus cabellos. La vida que había de formarle al alma le deformaría el cuerpo. Se convertiría en un ser horrible, odioso, grotesco. Al pensar en ello, un dolor muy agudo lo atravesó como un cuchillo, e hizo que se estremecieran todas las fibras de su ser. El azul de sus ojos se oscureció con un velo de lágrimas. Sintió que una mano de hielo se le había posado sobre el corazón. 

[...]

-¡Qué triste resulta! -murmuró Dorian Gray, los ojos todavía fijos en el retrato-. Me haré viejo, horrible, espantoso. Pero este cuadro siempre será joven. Nunca dejará atrás este día de junio... ¡Si fuese al revés! ¡Si yo me conservase siempre joven y el retrato envejeciera! Daría..., ¡daría cualquier cosa por eso! ¡Daría el alma!

jueves, 3 de noviembre de 2011

Metamorfosis. Ovidio

Libro I: Apolo y Dafne

Agotadas sus fuerzas, palideció ella y vencida por el esfuerzo de la rápida huida dijo mirando a las aguas del Peneo:

"¡Ayúdame, padre, si los ríos sois divinidades, echa a perder, cambiándola, esta figura con la que he gustado demasiado!" 

Apenas acabó su plegaria, un pesado sopor invade sus miembros: una delgada corteza ciñe su tierno pecho, sus cabellos crecen como hojas, sus brazos como ramas, sus pies ha poco tan veloces se adhieren en raíces perezosas, en lugar del rostro está la copa: sólo la belleza queda en ella.

[...] A ésta el dios le dijo: "Ya que no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol; siempre te tendrá mi cabellera, te tendrá mi cítara, laurel, y te tendrá mi aljaba". 


Apolo y Dafne (1622-1625), Gian Lorenzo Bernini

jueves, 27 de octubre de 2011

Las flores del mal. Charles Baudelaire

Semper Eadem

Decís: "¿De dónde os viene esa tristeza extraña
Que asciende como el mar sobre la negra roca?"
-Después que vendimió ya nuestro corazón,
Un horror es la vida. Es un secreto a voces,

Es una pena simple que no encierra misterio 
Y, como vuestra dicha, visible para todos.
Cesad, pues, de buscar, ¡oh mi bella curiosa!
Es dulce vuestra voz, mas, por favor, ¡callaos!

¡Callaos, ignorante! Alma siempre incendiada,
Boca de infantil risa. Más aun que la Vida,
Nos enlaza la Muerte con sus hilos sutiles.

Dejad que mi alma entera de mentira se embriague,
Que se hunda en vuestros ojos como en un bello sueño,
Y de vuestras pestañas que dormite a la sombra.


domingo, 23 de octubre de 2011

El hombre que fue Jueves. G.K. Chesterton



- Un artista es idéntico a un anarquista - exclamó - . Puede transponer los términos como usted quiera. Un anarquista es un artista. El hombre que arroja una bomba es un artista, ya que prefiere un gran momento a todo lo demás. Comprende que es mucho más valioso un estallido de luz cegadora, el estruendo de un trueno perfecto que los vulgares cuerpos de unos cuantos policías informes. Un artista hace caso omiso de todos los gobiernos, suprime todas las convenciones. El poeta sólo encuentra placer en el caos. Si no fuera así, la cosa más poética del mundo sería el ferrocarril suburbano.

- Así es - dijo el señor Syme.

- ¡Tonterías! - dijo Gregory, que se volvía muy racional cuando otros intentaban pensar con paradojas - . ¿Por qué todos los empleados y los obreros que viajan en los trenes presentan un aspecto tan triste y cansado?  Se lo diré: porque creen que el tren lleva el rumbo correcto; porque saben que llegarán al sitio para el que han comprado el billete; porque saben que una vez que han pasado Sloane Square la próxima estación es Victoria y nada más que Victoria. ¡Oh, qué arrebato de entusiasmo! ¡Oh, sus ojos brillarían como estrellas y sus almas se sentirían de nuevo en el Paraíso si la próxima estación fuera inexplicablemente Baker Street!

- Es usted el que carece de espíritu poético - replicó el poeta Syme -. Si lo que dice acerca de los empleados es verdad, ellos sólo pueden ser tan prosaicos como la poesía que usted escribe. Lo raro, lo extraño es dar en el blanco; lo vulgar, lo obvio es fallar. Sentimos que ocurre algo épico cuando un hombre atraviesa a un ave distante con una flecha lanzada al azar. Pero, ¿acaso no es épico cuando una persona alcanza una estación distante gracias a una máquina azarosa? El caos es tedioso, y precisamente porque en el caos el tren puede ir a cualquier parte, ya sea a Baker Street o a Bagdad. Pero el hombre es un mago, y toda su magia consiste en eso, en que él dice Victoria y,  ¡mira!, es Victoria. No, quédese con sus libros de prosa y poesía y déjeme leer un horario de trenes con lágrimas de orgullo. 


sábado, 15 de octubre de 2011

La destrucción o el amor. Vicente Aleixandre



Se querían

Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente sólo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.


miércoles, 12 de octubre de 2011

Rimas. Gustavo Adolfo Bécquer


Rima LIII


Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!


viernes, 7 de octubre de 2011

El principito. Antoine de Saint-Exupéry



Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida: 

- ¡Ah!... - dijo el zorro - . Voy a llorar.
 
- Tuya es la culpa - dijo el principito - . No deseaba hacerte mal, pero quisiste que te domesticara...

- Sí - dijo el zorro.
 
- ¡Pero vas a llorar! - dijo el principito.

- Sí - dijo el zorro.

- Entonces, no ganas nada.

- Gano - dijo el zorro -, por el color del trigo. 

Luego, agregó:

- Ve y mira nuevamente las rosas. Comprenderás que la tuya es la única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.

El principito se fue a ver nuevamente las rosas. 

- No sois en absoluto parecidas a mi rosa; no sois nada aún - les dijo -. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Y las rosas se sintieron molestas.

- Sois bellas, pero estáis vacías - continuó -. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa que he regado. Puesto que es ella la rosa que puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa que abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a la que escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Porque ella es mi rosa. 




Y volvió hacia el zorro.

- Adiós - dijo.

- Adiós - dijo el zorro -. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

- Lo esencial es invisible a los ojos - repitió el principito, a fin de acordarse. 

- El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante. 

- El tiempo que perdí por mi rosa ... - dijo el principito, a fin de acordarse.

- Los hombres han olvidado esta verdad - dijo el zorro -. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa... 

- Soy responsable de mi rosa ... - repitió el principito, a fin de acordarse.


lunes, 3 de octubre de 2011

Melancolía. Rubén Darío


XXV. Melancolía


Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de sueño y loco de armonía.

Ése es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.

Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
y a veces que es muy corto...

Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?


viernes, 30 de septiembre de 2011

El extranjero. Albert Camus



Entonces todo vaciló. El mar cargó un soplo espeso y ardiente. Me pareció que el cielo se abría en toda su extensión para dejar que lloviera fuego. Todo mi ser se distendió y crispé la mano sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el vientre pulido de la culata y allí, con el ruido seco y ensordecedor, todo comenzó. Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de un playa en la que había sido feliz. Entonces, tiré aún cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y era como cuatro breves golpes en la puerta de la desgracia.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Al faro. Virginia Woolf



Allí estaba, delante de ella, la vida. La vida: se puso a pensar, pero el pensamiento quedó sin conclusión. Contempló la vida, porque tenía una clara sensación de su presencia, de una cosa real, privada, que no compartía ni con sus hijos ni con su marido. Entre la vida y ella se producía algo semejante a una transacción: ella estaba de un lado y la vida de otro, y ella siempre procuraba sacar lo mejor de la vida, como la vida lo sacaba de ella; y en ocasiones parlamentaban (cuando ella se quedaba sola); se producían, lo recordaba, grandes escenas de reconciliación; pero, durante la mayor parte del tiempo, extrañamente, tenía que admitir que aquella cosa a la que llamaba vida le parecía terrible, hostil, dispuesta a saltarle a uno encima si se le daba la menor oportunidad. Estaban los problemas eternos: el sufrimiento, la muerte, los pobres. Incluso en la isla siempre había alguna mujer muriendo de cáncer. Y, sin embargo, les había dicho a todos sus hijos: "Tendréis que pasar por ello". Se lo había dicho incansablemente a ocho personas. Por esa razón, sabiendo lo que les esperaba -amor y ambición y ser desdichados y estar solos en sitios horribles-, no podía dejar de preguntarse muchas veces: ¿Por qué tienen que crecer y perderlo todo?


miércoles, 21 de septiembre de 2011

Sobre héroes y tumbas. Ernesto Sábato


La "esperanza" de volver a verla (reflexionó Bruno con melancólica ironía). Y también se dijo: ¿no serán todas las esperanzas de los hombres tan grotescas como éstas? Ya que, dada la índole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de producirse, sólo nos proporcionarían frustración y amargura; motivo por el cual los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante, aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión.



domingo, 18 de septiembre de 2011

Cuentos. Pío Baroja



Lo desconocido


Y, al comparar este recuerdo con otros de su vida de sensaciones siempre iguales, al pensar en el porvenir plano que le esperaba, penetró en su espíritu un gran deseo de huir de la monotonía de su existencia, de bajar del tren en cualquier estación de aquellas y marchar en busca de lo desconocido.


jueves, 15 de septiembre de 2011

Levantad, carpinteros, la viga del tejado. J.D. Salinger


Por primera vez en varios minutos eché una mirada al minúsculo viejecito que tenía el cigarro sin encender. El retraso no parecía afectarle. Su manera de sentarse en el asiento trasero de los coches (coches en movimiento, coches estacionados e incluso, era inevitable imaginarlo, coches saltando de un puente al río) parecía una norma establecida. Era maravillosamente sencillo. Simplemente, había que sentarse muy derecho, manteniendo una distancia de diez o doce centímetros entre la copa del sombrero y el techo, y mirar ferozmente hacia delante, al parabrisas. Si la muerte (que estaba allí afuera todo el tiempo, posiblemente sentada en el capó), si la muerte atravesaba misteriosamente el espejo y entraba en busca de uno, bastaba con ponerse de pie e irse con ella, feroz pero tranquilamente.


martes, 13 de septiembre de 2011

La insoportable levedad del ser. Milan Kundera


Pero luego se hizo cargo del pueblo una gran fábrica cooperativa y las vacas pasaron a llevar su vida en dos metros cuadrados, en el establo. Desde entonces no tienen nombres y se han vuelto machinae animatae. El mundo le ha dado la razón a Descartes.

Sigo teniendo ante mis ojos a Teresa, sentada en un tocón, acariciando la cabeza de Karenin y pensando en la debacle de la humanidad. En ese momento recuerdo otra imagen: Nietzsche sale de su hotel en Turín. Ve frente a él a un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora. 

Esto sucedió en 1889, cuando Nietzsche se había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en que llora por el caballo. 

Y ése es el Nietzsche al que yo quiero, igual que quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo.



Hijos de la ira. Dámaso Alonso


Mujer con alcuza

A Leopoldo Panero


¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y rejemía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.

Ella
recuerda sólo
que en todas estaba oscuro, y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,
blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios
y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
sólo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
... aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también,
de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

...No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Sólo la velocidad,
sólo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
sólo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.

... Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza
(en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,
o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.

Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?


viernes, 9 de septiembre de 2011

Poesías. José de Espronceda



Canción del pirata


Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido,
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.»

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

«Allá muevan feroz guerra,
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.»

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
como vira y se previene,
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.


jueves, 1 de septiembre de 2011

Pedro Páramo. Juan Rulfo



- Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.

Eso me venía diciendo Damiana Cisneros mientras cruzábamos el pueblo.

- Hubo un tiempo que estuve oyendo durante muchas noches el rumor de una fiesta. Me llegaban los ruidos hasta la Media Luna. Me acerqué para ver el mitote aquel y vi esto: lo que estamos viendo ahora. Nada. Nadie. Las calles tan solas como ahora.

»Luego dejé de oírla. Y es que la alegría cansa. Por eso no me extrañó que aquello terminara.

» Sí - volvió a decir Damiana Cisneros -. Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?


jueves, 25 de agosto de 2011

El rayo que no cesa. Miguel Hernández



Elegía 

(En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo
Ramón Sijé, con quien tanto quería).


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
de almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.



lunes, 22 de agosto de 2011

Romeo y Julieta. William Shakespeare


ROMEO

(...)
¿Qué luz alumbra esa ventana?
Es el oriente, y Julieta, el sol.
Sal, bello sol, y mata a la luna envidiosa,
que está enferma y pálida de pena
porque tú, que la sirves, eres más hermoso.
Si es tan envidiosa, no seas su sirviente.


jueves, 18 de agosto de 2011

Memento. Federico García Lorca

Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.

Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.

Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.

¡Cuando yo me muera!


martes, 16 de agosto de 2011

Canto de mí mismo. Walt Whitman



Yo, he visto cosas que vosotros no creeríais...

Abro mi escotilla en la noche y veo
constelaciones sembradas en el infinito.

Y todo cuanto veo se multiplica
y se pierde más allá,
se liga con sistemas invisibles,
se extiende y se expande más allá...

Siempre más allá y más allá...

Mi sol tiene su sol y alrededor
de él gira sin descanso;

Va con sus camaradas
de un sistema superior
y otros mayores siguen
y otros mayores y mayores...

Todo gira, nada se para ni puede pararse.

Si yo, tú, todos los mundos,
todo cuanto existe debajo y
fuera de estos mundos se tornase
de pronto en una pálida neblina,
nada importaría en el tiempo...

Seguramente volveríamos a estar donde ahora,
seguiríamos caminando adonde vamos
y después... más allá y más allá.

Más allá de mis ojos está el espacio sin límites...


lunes, 8 de agosto de 2011

Ofelia. Arthur Rimbaud



I

En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II

¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,
en tu mente traspuesta metió voces extrañas;
y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza –son de árboles y noches.

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.

III

Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a recoger las flores que cortaste,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.


jueves, 4 de agosto de 2011

Mientras agonizo. William Faulkner



JEWEL

Es porque está todo el tiempo ahí fuera, justo debajo de la ventana, martilleando y serrando esa maldita caja. Donde ella tiene que verle por fuerza. Donde cada bocanada de aire que ella aspira está llena de sus martillazos y aserraduras. Donde ella puede ver cómo le dice: Mira. Mira la estupenda caja que te estoy haciendo. Le dije que se fuera a otra parte. Le dije: Santo Dios, ¿es que ya quieres verla dentro?


domingo, 31 de julio de 2011

El rayo que no cesa. Miguel Hernández


Como el toro he nacido para el luto...


Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.

Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.


miércoles, 27 de julio de 2011

Las nubes. Luis Cernuda


Pájaro muerto

Sobre la tierra gris de la colina,
Bajo las hojas nuevas del espino,
Al pie de la cancela donde pasan
Jóvenes estudiantes en toga roja,

Rota estaba tu ala blanca y negra,
Inmóvil en la muerte. Parecías
Una rosa cortada, o una estrella
Desterrada del trono de la noche.

Aquella forma inerte fue un día el vuelo
Extasiado en la luz, el canto ardiente
De amanecer, la paz nocturna
Del nido allá en la cima.

Inútil ya todo parece, tal parece
La pena del amor cuando se ha ido,
El sufrir por lo bello que envejece,
El afán de la luz que anegan sombras.

Si como el mar, que de su muerte nace,
Fueras tú. Una forma espectral de ti vislumbro
Que llora entre los aires los amores
Breves y hermosos de tus días idos.

Ahora, silencio. Duerme. Olvida todo.
Nutre de ti la muerte que en ti anida.
Esa quietud del ala, como un sol poniente,
Acaso es de la vida una forma más alta.


domingo, 24 de julio de 2011

El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad


La luna había tendido una fina capa de plata sobre todas las cosas - sobre la exuberante hierba, sobre el fango, por encima del muro de espesa vegetación que se levantaba a una altura mayor que el muro de un templo, por encima del gran río que yo veía brillar a través de una brecha oscura, brillar a medida que fluía en toda su anchura, sin un murmullo -. Todo esto era grandioso, expectante, mudo, mientras aquel hombre farfullaba acerca de sí mismo. Yo me preguntaba si la quietud en la faz de la inmensidad que nos miraba a los dos significaba una llamada o una amenaza. ¿Qué éramos nosotros que nos habíamos extraviado allí?, ¿podríamos dominar aquella "cosa" muda o nos dominaría ella a nosotros? Sentí lo grande, lo malditamente grande que era aquella "cosa" que no podía hablar y que tal vez era también sorda. ¿Qué había allí dentro?


viernes, 22 de julio de 2011

La insoportable levedad del ser. Milan Kundera


La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?

El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. 

[...]

Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ése es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht). 

Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad. Pero ¿es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?

La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. [...] Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.

Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?



lunes, 18 de julio de 2011

Metamorfosis. Ovidio

Ninfas encontrando la cabeza de Orfeo (1900), John William Waterhouse

Libro XI: Muerte de Orfeo

Los miembros de Orfeo yacen en diversos lugares; su cabeza y su lira las acoges tú, Hebro, y, cosa asombrosa, al flotar en plena corriente, la lira deja oír unos sonidos quejumbrosos, quejumbrosa murmura la lengua sin vida, quejumbrosos ecos responden las riberas. Y entonces, arrastradas hasta el mar, abandonan su río natal y alcanzan la playa de Lesbos en Metimna. 

Allí una feroz culebra amenaza aquella cabeza abandonada sobre extranjeras arenas y aquellos cabellos salpicados de gotas de rocío. Al fin acude Febo justo cuando la serpiente se disponía a asestar el mordisco y se lo impide, y petrifica sus abiertas fauces, y la paraliza tal cual estaba de boquiabierta. 

La sombra de Orfeo desciende bajo tierra, y los lugares que antes viera, todos los reconoce; y al buscar por los Campos Elíseos encuentra a Eurídice y la abraza con pasión. Allí unas veces se pasean los dos juntos, lado a lado, otras veces ella va delante y él la sigue, otras él la precede, y ya sin temor Orfeo se vuelve a mirar a su Eurídice.


jueves, 14 de julio de 2011

La última inocencia. Alejandra Pizarnik



Salvación


Se fuga la isla
Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta
Ahora
es el fuego sometido
Ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidos en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche
Ahora
la muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.


miércoles, 6 de julio de 2011

El Aleph. Jorge Luis Borges


La casa de Asterión


Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I


Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.


domingo, 19 de junio de 2011

Viceversa. Mario Benedetti



(imagen del suelo de nuestro parque)



Viceversa

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.
o sea,
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.




sábado, 18 de junio de 2011

Odas. Horacio

Libro I

XI, A Leucónoe


No indagues, Leucónoe (no es lícito saberlo), qué fin reservan los dioses a tu vida y la mía, ni combines los números mágicos. Mejor será que te resignes a los decretos del hado, sea que Júpiter te conceda vivir muchos años, sea éste el último en que ves romperse las olas del Tirreno contra los escollos opuestos a su furor. Sé prudente, bebe buen vino y reduce las largas esperanzas al espacio breve de la existencia. Mientras hablamos, huye el envidioso tiempo. Aprovecha el día de hoy, y no confíes demasiado en el siguiente.



martes, 7 de junio de 2011

Calígula. Albert Camus


- Hola, Cayo.

- Hola, Helicón.

- Pareces cansado.

- He caminado mucho.

- Sí, tu ausencia ha sido larga.

- Era difícil de encontrar.

- ¿El qué, Cayo?

- Lo que quería.

- Y ¿qué querías?

- La luna.

- ¿Qué?

- Sí, quería la luna.

- Ah. Y ¿para qué?

- Bueno... Es una de las cosas que no tengo.

- Claro. Y ahora, ¿ya está arreglado?

- No, no la he podido conseguir.

- Es una pena.

- Sí, y por eso estoy cansado. (Silencio) Helicón...

- Sí, Cayo.

- Piensas que estoy loco.

- Tú sabes bien que yo nunca pienso. Soy demasiado inteligente para eso.

- Sí. En fin... Pero en cualquier caso yo no estoy loco; incluso creo que nunca he sido tan razonable. Simplemente, he sentido de pronto un ansia de imposible. (Silencio) Las cosas, tal como están hechas, no me parecen satisfactorias.

- Es una opinión bastante extendida.

- Cierto. Pero antes yo no lo sabía. Ahora, lo sé. Este mundo, tal como está hecho, no es soportable. Y, por tanto, tengo necesidad de la luna, o de la felicidad, o de la inmortalidad; de algo que sea demente, quizá, pero que no sea de este mundo.

- Es un razonamiento que se sostiene. Pero, en general, no se puede mantener hasta el final.

- Tú no sabes nada de esto. Precisamente porque no se ha mantenido nunca hasta el final es por lo que no se ha conseguido nada. Pero basta quizá con seguir siendo lógico hasta el final.

- ...

- Ya sé lo que piensas. Qué de historias por la muerte de una mujer. No, no es eso. Creo recordar, es cierto, que hace algunos días una mujer que yo amaba ha muerto. Pero, ¿qué es el amor? Poca cosa. Esa muerte no significa nada, te lo juro; es solamente el signo de una verdad que me hace necesaria la luna. Es una verdad simple y clara, un poco bestia, pero difícil de descubrir y pesada de llevar.

- Y, ¿cuál es esa verdad, Cayo?

- Que los hombres mueren y no son felices.

- Vamos, Cayo, es una verdad a la que la gente se acomoda muy bien. Mira a tu
alrededor. Esa verdad no les impide comer...

- Entonces es que todo a mi alrededor es mentira, y yo quiero que vivamos en la verdad. Y precisamente yo tengo los medios para hacerles vivir en la verdad. Porque sé lo que les falta, Helicón: están privados de conocimiento y les falta un profesor que sepa de qué habla.

- No te ofendas, Cayo, por lo que te voy a decir: pero antes que nada deberías
descansar.

- Eso no es posible, Helicón, eso ya nunca será posible.

- ¿Por qué?

- Si duermo, ¿quién me traerá la luna?


miércoles, 1 de junio de 2011

Pero el desierto oye ...

¿Y hoy? Hoy siente su propia comicidad y la vanidad de su esfuerzo en
cuanto a lo temporal; se ve desde fuera -la cultura le ha enseñado a objetivarse,
esto es, a enajenarse en vez de ensimismarse-, y al verse desde fuera, se
ríe de sí mismo, pero amargamente. [...] Don Quijote el mortal, al morir, comprendió
su propia comicidad y lloró sus pecados, pero el inmortal, comprendiéndola,
se sobrepone a ella y la vence sin desecharla. Y Don Quijote no se
rinde, porque no es pesimista y pelea. [...] ¿Cuál es, pues, la nueva misión de
Don Quijote hoy en este mundo? Clamar, clamar en el desierto. Pero el desierto
oye, aunque no oigan los hombres y un día se convertirá en selva sonora
, y
esa voz solitaria que va posando en el desierto como semilla, dará un cedro
gigantesco que con sus cien mil lenguas cantará un hosanna eterno al Señor
de la vida y de la muerte.
Y vosotros, ahora, bachilleres Carrasco del regeneracionismo europeizante,
jóvenes que trabajáis a la europea, con método y crítica... científicos,
haced riqueza, haced patria, haced arte, haced ciencia, haced ética, haced o
más bien traducid sobre todo Kultura, que así mataréis a la vida y a la muerte.
¡Para lo que ha de durarnos todo!...»

[Unamuno. Del sentimiento trágico de la vida]