sábado, 30 de abril de 2011

Abaddón, el Exterminador. Ernesto Sábato


Ernesto Sábato (24 de junio de 1911 - 30 de abril de 2011)


En cualquier caso, fuera como fuera, era paz lo que seguramente ansiaba y necesitaba, lo que necesita todo creador, alguien que ha nacido con la maldición de no resignarse a esta realidad que le ha tocado vivir; alguien para quien el universo es horrible, o trágicamente transitorio e imperfecto. Porque no hay una felicidad absoluta, pensaba. Apenas se nos da en fugaces y frágiles momentos, y el arte es una manera de eternizar (de querer eternizar) esos instantes de amor o de éxtasis; y porque todas nuestras esperanzas se convierten tarde o temprano en torpes realidades; porque todos somos frustrados de alguna manera, y si triunfamos en algo fracasamos en otra cosa, por ser la frustración el inevitable destino de todo ser que ha nacido para morir; y porque todos estamos solos o terminamos solos algún día.



La metamorfosis. Franz Kafka

 I

Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. 

«¿Qué me ha ocurrido?», pensó. 

No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas.


viernes, 29 de abril de 2011

Clamor. Jorge Guillén


 La niña y la muerte

Todo su ser irradia luz de vida,
Una vida animal
Llameante de espíritu,
Espíritu invasor que, de repente,
Descubre la gran sombra.

¿Tan pronto se da cuenta
De verdad aquella alma tan minúscula?
Una obsesión de sombra se interpone
- Revolviéndose hostil -
Entre el mundo y la niña.

Respirando se alumbra el alma nueva,
Que un mundo inmenso para sí reúne,
Sin cesar más inmenso.
Y la niña clarísima respira,
Devora trasparencia, más entiende.

Un árbol. "Seco", dice.
"No tendrá primavera. Moriremos
Tú y yo. Nos moriremos todos. ¡Todos!"
Morir es un escándalo
Para la vida ingenua.

Y esa niñez, que de repente sabe...


miércoles, 27 de abril de 2011

Aranmanoth. Ana María Matute

Durante los primeros años de su vida, cuando aún no le habían apartado de su madre, Orso creyó oír voces. Eran voces misteriosas y no humanas, voces que se adentraban en el silencio, que revoloteaban a su alrededor y se introducían en su mente encendiendo su curiosidad. De ellas hablaban las sirvientas en las noches junto al fuego, cuando el crepitar de los leños, el rumor de las ruecas y sus conversaciones permitían a Orso desvelar algunos de sus más escondidos secretos. Él respetaba esos secretos, los buscaba y los deseaba. Pero nunca llegó a desentrañarlos del todo ni a hacerlos suyos. Eran secretos de mujeres, y él no era más que un niño que sentía cómo la sed de conocimiento crecía en su interior.
Ellas hablaban, al parecer, de un tiempo que se perdía en la memoria de los humanos. Orso, aunque fingía dormir, agazapado, de tanto en tanto aparecía inesperadamente entre ellas, que le acogían alborozadas. Y una noche oyó decir a su madre: «Son las voces que pierde el Tiempo en su tejer y destejer al derecho y al revés…».

[…]
No tuvo mucho tiempo para meditar sobre estos asuntos. Porque en el mundo de los hombres, donde Orso habitaba, vivía y se entrenaba para ser como ellos, raramente tenían cabida cavilaciones acerca de sentimientos, voces y secretos.


lunes, 25 de abril de 2011

Luces de Bohemia. Ramón del Valle-Inclán



ESCENA SEXTA


EL PRESO
Usted no es proletario.

MAX
Yo soy el dolor de un mal sueño.

EL PRESO
Parece usted hombre de luces. Su hablar es como de otros tiempos.

MAX
Yo soy un poeta ciego.

EL PRESO
¡No es pequeña desgracia!... En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero.


[…]

El esposado, con resignada entereza, se acerca al ciego y le toca el hombro con la barba: se despide hablando a media voz.

EL PRESO
Llegó la mía… Creo que no volveremos a vernos…

MAX
¡Es horrible!

EL PRESO
Van a matarme… ¿Qué dirá mañana esa Prensa canalla?

MAX
Lo que le manden.

EL PRESO
¿Está usted llorando?

MAX
De impotencia y de rabia. Abracémonos, hermano.


viernes, 22 de abril de 2011

El árbol de la ciencia. Pío Baroja

Los domingos, sobre todo cuando cruzaba entre la gente a la vuelta de los toros, pensaba en el placer que sería para él poner en cada bocacalle una media docena de ametralladoras y no dejar uno de los que volvían de la estúpida y sangrienta fiesta.

Toda aquella sucia morralla de chulos eran los que vociferaban en los cafés antes de la guerra, los que soltaron baladronadas y bravatas para luego quedarse en sus casas tan tranquilos. La moral del espectador de corrida de toros se había revelado en ellos; la moral del cobarde que exige valor en otro, en el soldado en el campo de batalla, en el histrión, o en el torero en el circo. A aquella turba de bestias crueles y sanguinarias, estúpidas y petulantes, le hubiera impuesto Hurtado el respeto al dolor ajeno por la fuerza.


viernes, 15 de abril de 2011

Los hombres huecos. T.S. Eliot

I


Somos los hombres huecos
Los hombres rellenos de aserrín
Que se apoyan unos contra otros
Con cabezas embutidas de paja. ¡Sea!
Ásperas nuestras voces, cuando
Susurramos juntos
Quedas, sin sentido
Como viento sobre hierba seca
O el trotar de ratas sobre vidrios rotos
En los sótanos secos
Contornos sin forma, sombras sin color,
Paralizada fuerza, ademán inmóvil;
Aquellos que han cruzado
Con los ojos fijos, al otro Reino de la muerte
Nos recuerdan -si acaso-
No como almas perdidas y violentas
Sino, tan sólo, como hombres huecos,
Hombres rellenos de aserrín.

sábado, 9 de abril de 2011

Metamorfosis. Ovidio


Eco y Narciso, John William Waterhouse


Libro III: Narciso y Eco

Sus últimas palabras al contemplarse una vez más en las aguas fueron éstas: «¡Ay, muchacho amado en vano!», y otras tantas respondió el paraje; y al decir adiós,  «¡adiós!» dijo también Eco. 

Extenuado, dejó caer su cabeza sobre la verde hierba; la muerte cerró aquellos ojos que admiraban la belleza de su dueño. Aun entonces, tras ser recibido en la mansión infernal, seguía contemplándose en la Estige. Le lloraron sus hermanas las Náyades y ofrendaron a su hermano sus cabellos cortados; le lloraron las Dríades; a sus llantos responde Eco.

Y ya preparaban la pira, el blandir de antorchas y las andas; pero el cuerpo no aparecía; en vez de su cuerpo encuentran una flor amarilla con pétalos blancos alrededor de su cáliz.


miércoles, 6 de abril de 2011

El joven a sus juiciosos consejeros. Friedrich Hölderlin


¿Pretendéis que me apacigüe? ¿Que domine
este amor ardiente y gozoso, este impulso
hacia la verdad suprema? ¿Que cante
mi canto del cisne al borde del sepulcro
donde os complacéis en encerrarnos vivos?
¡Perdonadme!, mas no obstante el poderoso impulso que lo arrastra
el oleaje surgente de la vida
hierve impaciente en su angosto lecho
hasta el día en que descansa en su mar natal.

La viña desdeña los frescos valles,
los afortunados jardines de la Hesperia
sólo dan frutos de oro bajo el ardor del relámpago
que penetra como flecha el corazón de la tierra.
¿Por qué moderar el fuego de mi alma
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí que sólo puedo vivir en el combate?

La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llega del Éter
no nació para el yugo.
Baja hacia nosotros, se sumerge, se baña
en el torrente del siglo; y dichosa, la náyade
arrastra por un momento al nadador,
que muy pronto se sumerge, su cabeza ceñida de luces.

¡Renunciad al placer de rebajar lo grande!
¡No habléis de vuestra felicidad!
¡No plantéis el cedro en vuestros potes de arcilla!
¡No toméis al Espíritu por vuestro siervo!
¡No intentéis detener los corceles del sol
y dejad que las estrellas prosigan su trayecto!
¡Y a mí, no me aconsejéis que me someta,
no pretendáis que sirva a los esclavos!

Y si no podéis soportar la hermosura,
hacedle una guerra abierta, eficaz.
Antaño se clavaba en la cruz al inspirado,
hoy lo asesinan con juiciosos e insinuantes consejos.
¡Cuántos habéis logrado someter
al imperio de la necesidad! ¡Cuántas veces
retuvisteis al arriesgado juerguista en la playa
cuando iba a embarcarse lleno de esperanza
para las iluminadas orillas del Oriente!

Es inútil: esta época estéril no me retendrá.
Mi siglo es para mí un azote.
Yo aspiro a los campos verdes de la vida
y al cielo del entusiasmo.
Enterrad, oh muertos, a vuestros muertos,
celebrad la labor del hombre, e insultadme.
Pero en mí madura, tal como mi corazón lo quiere,
la bella, la vida Naturaleza.


viernes, 1 de abril de 2011

Amor constante más allá de la muerte. Francisco de Quevedo

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra
Que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera;

Mas no, de esotra parte, en la ribera,
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama la agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Médulas que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.