viernes, 25 de febrero de 2011

Alicia en el país de las maravillas. Lewis Carroll

– ¿Quién eres Tú? 

No era esta una pregunta alentadora para iniciar una conversación. Alicia, un poco intimidada, contestó:

– Pues yo…, ahora mismo, señora, ni lo sé… Sí sé quién era cuando esta mañana me levanté, pero he debido de cambiar varias veces desde entonces.

– ¿Qué quieres decir con eso? – dijo severamente la Oruga –. ¡Explícate!

– Me temo no poder, señora – dijo Alicia –, porque como ve, ya no soy yo.

– No veo – dijo la Oruga.

– Temo no poder exponerlo con mayor claridad – repuso muy cortésmente Alicia – porque, para empezar, ni yo misma lo comprendo; y el cambiar tantas veces de tamaño en un solo día es muy desconcertante…

– No lo es – dijo la Oruga.

– Bueno, quizá vea usted las cosas a su manera – dijo Alicia –. Lo que sí puedo decir es que a mí me resultaría muy raro.

– ¡A ti! – dijo la Oruga con desdén –. ¿Y quién eres tú?



jueves, 10 de febrero de 2011

Por aquí pasa un río. Ángel González

Por aquí pasa un río.
Por aquí tus pisadas
fueron embelleciendo las arenas,
aclarando las aguas,
puliendo los guijarros, perdonando
a las embelesadas
azucenas...

No vas tú por el río:
es el río el que anda
detrás de ti, buscando en ti
el reflejo, mirándose en tu espalda.

Si vas de prisa, el río se apresura.
Si vas despacio, el agua se remansa.


martes, 8 de febrero de 2011

Un cuarto propio. Virginia Woolf

No siendo un historiador es posible ir más lejos y aseverar que las mujeres han ardido como faros en la obra de todos los poetas desde el principio del tiempo. Clitemnestra, Antígona, Cleopatra, Lady Macbeth, Fedra, Cresida, Rosalinda, Desdémona, la Duquesa de Malfi, entre los dramaturgos; luego entre los prosistas: Millamant, Clarisa, Becky Sharp, Ana Karenina, Emma Bovary, Madame de Guermantes – los nombres vienen a la memoria y no para recordar mujeres «carentes de personalidad y carácter» –. En verdad, si la mujer no tuviera más existencia que la revelada por las novelas que los hombres escriben, uno se la imaginaría como un ser de la mayor importancia; muy cambiante; heroica y mezquina, espléndida y sórdida; infinitamente hermosa y horrible en extremo; tan grande como un hombre, tal vez mayor.

Pero esto es en la novela. En la realidad, como nos lo señala el profesor Trevelyan, la encerraban con llave, la castigaban, y la tiraban por el suelo. De eso resulta un ser mixto y rarísimo: imaginativamente de la mayor importancia; prácticamente del todo insignificante. La poesía está toda impregnada de ella desde el principio hasta el fin; de la historia está casi ausente.