jueves, 1 de agosto de 2013

Ensayos. Juan David García Bacca

Don Miguel de Unamuno


No aguantaron a Sócrates los atenienses; no aguantaron a Unamuno sus españoles. [...]

[...] Dificilísimo, y por eso admirable y envidiable cosa es saber morir justa y puntualmente después de decir palabras que resuman una vida y cierren su sentido. Jesús en la cruz supo y pudo hacerlo, y lo hizo: "Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?", "Todo está consumado", "En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu". E inclinando la cabeza, dio su espíritu.

A Unamuno se le dio parecida oportunidad y la aprovechó. Venceréis, pero no convenceréis.

Verdad, justicia, fuerza. Con las dos primeras se convence; con la segunda, sólo se vence. Mientras en su Universidad pronunciaba tales palabras Unamuno, estábamos los españoles en agonía: puestos a ver, y a ser, si dominarían en España la verdad y la justicia, o predominaría la fuerza. Puestos, enzarzados en fratricido abrazo, a vencer, en lugar de ponernos a convencernos - según verdad y justicia.

"Venceréis, pero no convenceréis" fueron las palabras con que murió Unamuno, y con ellas pasó a la historia. [...] El deceso fue a los pocos días. 

"Y murió Iñigo, como había de morir, unos cincuenta años más tarde, Don Quijote, sencillamente, sin comedia alguna, sin reunir gente en torno de su lecho, ni hacer espectáculo de la muerte, como se mueren los verdaderos santos y los verdaderos héroes, casi como los animales se mueren: acostándose a morir".

Y así, como Iñigo de Loyola, y Don Quijote de la Mancha, se nos murió Unamuno. Así se murió nuestro Sócrates.