jueves, 3 de octubre de 2013

Otoño. Gerardo Diego



Otoño

Mujer densa de horas
y amarilla de frutos
como el sol del ayer

El reloj de los vientos te vio florecer
cuando en su jaula antigua
se arrancaba las plumas el terco atardecer

El reloj de los vientos
despertador de pájaros pascuales
que ha dado la vuelta al mundo
y hace juegos de agua en los advientos

De tus ojos la arena fluye en un río estéril

Y tantas mariposas distraídas
han fallecido en tu mirada
que las estrellas ya no alumbran nada

Mujer cultivadora
de semillas y auroras

Mujer en donde nacen las abejas
que fabrican las horas

Mujer puntual como la luna llena

Abre tu cabellera
origen de los vientos
que vacía y sin muebles
mi colmena te espera.
 
 


 
 
 

lunes, 23 de septiembre de 2013

El hombre y lo divino. María Zambrano


Introducción

[...] El hombre está siendo reducido, allanado en su condición a simple número, degradado bajo la categoría de la cantidad.

¿No existe pues el hombre en la hora actual? Existir es resistir, ser "frente a", enfrentarse. El hombre ha existido cuando, frente a sus dioses, ha ofrecido una resistencia. Job es el más antiguo "existente" de nuestra tradición occidental. Porque frente al Dios que dijo: "soy el que es", resistió en la forma más humana, más claramente humana de resistencia; llamándole a razones. ¿Se atreve el hombre de hoy a pedir razones a la historia? Aunque ella sea su ídolo, el hacerlo lleva consigo pedirse razones a sí mismo. Confesarse, hacer memoria para liberarse.

Y liberarse humanamente es reducirse; ganar espacio, el "espacio vital", lleno por la inflación de su propio ser. Uno de los efectos de la "deificación" es la toma de posesión de más espacio del que realmente podemos enseñorearnos. [...]



miércoles, 18 de septiembre de 2013

A través del tiempo. Juan Luis Panero


Epitafio frente a un espejo

Dura ha de ser la vida para ti,
que a una extraña honradez sacrificaste tus creencias,
para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo
y por ello, tu más aciaga tumba.

Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen
y destruyan al fin la ilusa patria de tu adolescencia,
cuando veas, igual que hoy, este fantasma
que tiempo atrás te consoló con su belleza.

Cuando el amor como un vestido ajado
no pueda proteger tu tristeza
y motivo de burla, de piedad o de asombro,
a los ojos más puros sólo sea.

Duro ha de ser para tu cuerpo ver morir el deseo,
la juventud, todo aquello que fuiste,
y buscar sin pasión tu reposo
en la sorda ternura de lo débil,
en la gris destrucción que alguna vez amaste.

«Es la ley de la vida», dicen viejos estériles,
«y nada sino Dios puede cambiarlo», repiten,
a la luz de la noche, lentas sombras inútiles.

Dura ha de ser la vida, tú que amaste el mundo,
que con una mirada o una suave caricia soñaste poseerlo,
cuando la absurda farsa que tú tanto conoces
no esté más adornada con lo efímero y bello.

Dura ha de ser la vida hasta el instante
en que veles tu memoria en este espejo:
tus labios fríos no tendrán ya refugio
y en tus manos vacías abrazarás la muerte.


Juan Luis Panero (9 de septiembre de 1942 - 16 de septiembre de 2013)

 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Cien años de soledad. Gabriel García Márquez


Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. 



miércoles, 11 de septiembre de 2013

La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset

III

Dondequiera ha surgido el hombre-masa (...), un hombre hecho de prisa, montado nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de un cabo de Europa al otro. A él se debe el triste aspecto de asfixiante monotonía que va tomando la vida en todo el continente. 

Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado, y por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas "internacionales".  Más que un hombre es sólo un caparazón de hombre constituido por meros idola fori; carece de un "dentro", de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones (...).



martes, 10 de septiembre de 2013

La casa encendida. Luis Rosales


Recordando un temblor en el bosque de los muertos

Si el corazón perdiera su cimiento,
y vibraran la tierra y la madera
del bosque de la sangre, y se sintiera
en tu carne un pequeño movimiento

total, como un alud que avanza lento
borrando en cada paso una frontera,
y fuese una luz fija la ceguera,
y entre el mirar y el ver quedara el viento,

y formasen los muertos que más amas
un bosque ardiendo bajo el mar desnudo
—el bosque de la muerte en que deshoja

un sol, ya en otro cielo, su oro mudo—
y volase un enjambre entre las ramas
donde puso el temblor la primer hoja...

lunes, 9 de septiembre de 2013

Proverbios y Cantares. Antonio Machado

I

Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
 Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.

jueves, 1 de agosto de 2013

Ensayos. Juan David García Bacca

Don Miguel de Unamuno


No aguantaron a Sócrates los atenienses; no aguantaron a Unamuno sus españoles. [...]

[...] Dificilísimo, y por eso admirable y envidiable cosa es saber morir justa y puntualmente después de decir palabras que resuman una vida y cierren su sentido. Jesús en la cruz supo y pudo hacerlo, y lo hizo: "Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?", "Todo está consumado", "En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu". E inclinando la cabeza, dio su espíritu.

A Unamuno se le dio parecida oportunidad y la aprovechó. Venceréis, pero no convenceréis.

Verdad, justicia, fuerza. Con las dos primeras se convence; con la segunda, sólo se vence. Mientras en su Universidad pronunciaba tales palabras Unamuno, estábamos los españoles en agonía: puestos a ver, y a ser, si dominarían en España la verdad y la justicia, o predominaría la fuerza. Puestos, enzarzados en fratricido abrazo, a vencer, en lugar de ponernos a convencernos - según verdad y justicia.

"Venceréis, pero no convenceréis" fueron las palabras con que murió Unamuno, y con ellas pasó a la historia. [...] El deceso fue a los pocos días. 

"Y murió Iñigo, como había de morir, unos cincuenta años más tarde, Don Quijote, sencillamente, sin comedia alguna, sin reunir gente en torno de su lecho, ni hacer espectáculo de la muerte, como se mueren los verdaderos santos y los verdaderos héroes, casi como los animales se mueren: acostándose a morir".

Y así, como Iñigo de Loyola, y Don Quijote de la Mancha, se nos murió Unamuno. Así se murió nuestro Sócrates.