Aquí, Madrid, mil novecientos
cincuenta y cuatro: un hombre solo.
Un hombre lleno de febrero,
ávido de domingos luminosos,
caminando hacia marzo paso a paso,
hacia el marzo del viento y de los rojos
horizontes –y la reciente primavera
ya en la frontera del abril lluvioso...–
Aquí, Madrid, entre tranvías
y reflejos, un hombre: un hombre solo.
–Más tarde vendrá mayo y luego junio,
y después julio y, al final, agosto–.
Un hombre con un año para nada
delante de su hastío para todo.
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